miércoles, 30 de marzo de 2016

DISERTACIONES: LO QUE BIEN SE APRENDE

En mi tierna infancia, como todos los niños, aprendí lecciones que jamás olvidaré, pero a diferencia del resto, lejos de tomar ejemplos de vida, supe con certeza absoluta todo lo que no me gustaba y jamás haría. Definitivamente no creo que mi familia haya sido monstruosa, pero digamos que tenía características particulares y mi tiempo de soledad era tanto que me permitía analizar una y otra vez las conductas ajenas que me causaban entre depresión y vómito.

Por supuesto la figura que más influyó en m{i fue mi madre, desde que tengo memoria su conducta la mayor parte del tiempo me parecía reprobable, no obstante que era una mujer digamos que “generosa” su doble moral hacía que mi espíritu en formación se alterara y estuviera siempre molesto.

Mi mamá decía que lo más importante para ella eran sus hijos, cosa que yo dudé desde la primera vez que lo oí, me parece que privilegiaba a su propio ser y después a mi papá, quien desempeñaba el papel de macho proveedor, rey y soberano de nuestros destinos. Cuando él llegaba a la casa todos debíamos dejar lo que sea que estuviéramos haciendo y correr a abrazarlo simulando que lo habíamos extrañado.

Jamás en la vida mi mamá tuvo la autoridad para darnos permiso de nada, todo lo teníamos que negociar con el macho alfa, quien debo reconocer era la mejor persona que conocí en ese entonces, aunque su papel de monarca absolutista lo desempeñaba mejor que alguno de los Luises y Enriques. Todos debíamos comer, salir, entrar y hacer lo que él consideraba prudente; él elegía las escuelas que fueran mejor para nosotros y recorrimos el país por tierra en su afán aventurero, pero como proveedor creo que no he conocido a nadie mejor que él.

Otra figura que determinó mi existencia fue mi hermana mayor, a quien ahora respeto y quiero, pero desde entonces y hasta hoy no cuenta con mi admiración. Creo que no podíamos ser más diferentes y ella no se interesó por mí hasta después de que cumplí 18 años.

Por ser la más pequeña y bastante ignoraba por todos, sólo veía, analizaba y escribía todo lo que no quería ser cuando creciera. Particularmente en el caso del trato hacia los hombres. Un día llegó a la vida de mi hermana su “príncipe azul”, al menos eso decía ella, al resto de nosotros nos parecía un sujeto no feo, pero su actitud egocéntrica y nada educada pudo hacer que se creará por primer vez un frente unido en mi familia: TODOS CONTRA EL.

Cuando el sujeto llegaba a mi casa (lamentablemente muy seguido porque a mi mamá le faltaba valor para correrlo), era un fastidio. Mi hermana se volvía su esclava. Desde que le llamaba manifestándole su intención por visitarla, tenía que ir por él a su casa y si alguien por mala fortuna debía acompañarla, ya fuera mi madre o cualquiera de nosotros, debía viajar casi en la cajuela y muy calladita para que el príncipe no se fuera a molestar.

Al estar en la casa, el sujeto no movía un dedo por cooperar y si todos estábamos haciendo la talachita de la comida, él se instalaba en la sala o el estudio cómodamente a esperar a que estuviera lista para servirle, por supuesto mi hermana nos ignoraba por completo y se desvivía por atender a su consorte, quien difícilmente nos dirigía la palabra a menos que necesitará algo. Era definitivamente una pesadilla que gracias a dios terminó con consecuencias devastadoras para ella.

Con el paso de los años, se dio el tiempo de los novios, todas mis amigas eran capaces de desconocer a su madre por cualquier hombrecillo de pacotilla que les diera unos buenos besos salivones (ahora dudo hasta de la calidad, pero ellas así lo creían), se aislaban de los demás y torturaban a su familia su comportamiento. Extrañamente, en esa etapa de mi vida, los príncipes azules me parecían despreciables e inútiles y cada que visitaba a alguna de mis compañeras de vida, en un intermedio entre ruptura y regreso, su mamá me enteraba de una lista de quejas de la conducta de patanes que tenía la pareja.

Una vez que nacieron mis hijos y tuve contacto con mujeres de mi edad o mayores, conocí decenas de madres que eran tratadas como esclavas por sus maridos y algunos casos, que a me parecían despreciables, de mujeres que permitían que un tarado fastidiara a ella y a sus hijos con tal de estar acompañadas y no hacerse responsables.

Definitivamente estas lecciones marcaron mi vida, jamás he permitido ni permitiré que ningún sujeto decida por mí ni me manipulé, y si se atreve a meterse con mis hijos, puede hasta perder un miembro útil de su cuerpo. No podría definirme como feminista porque me cuesta trabajo relacionarme con otras mujeres, me fastidia, desespera y enoja su falta de valor para hacerse cargo, no entiendo como permiten que un sujeto las controle y lo hagan el centro de existir.

Les voy a contar una historia que confirmó absolutamente mis convicciones respecto de los hombres. Una vez conocí a una señora que materialmente dios la bendijo con muchos hijos (su marido le prohibió los anticonceptivos y si se negaba al sexo la acusaba con el sacerdote), por supuesto no había dinero que alcanzara, mientras los hijos se alimentaban de tortillas, frijoles y salsa, el marido comía filete todos los días, él nunca quiso ver las necesidades de su familia y mucho menos esforzarse para mejorar y la mujer jamás se atrevió a decírselo por miedo a incomodarlo. Cuando la señora falleció después de más de 50 años de matrimonio, su esposo era la persona a quien más odiaba en el mundo… ¿Adivinen de que se murió?



Escrito por: Lu Co

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