Criar
a una princesa es más difícil de lo que parece, aunque el gusto es mayor…
He escuchado más de
cien veces la frase: Los padres deben ser los mejores amigos de sus hijos…
¿Será cierta, práctica y no limitante? Me parece una muy buena premisa
romántica! Creo que se refiere a que los padres deben ganarse la confianza de
sus críos para que acudan a ellos cuando se les presente algún obstáculo en la
vida o que piensen en sus papás como “la guía autorizada y certificada” para
asuntos vitales.
Sin embargo, pienso que
las personas a lo largo de su vida pueden hacerse de un montón de amigos con
quienes tengan en común gustos, emociones, perspectivas de vida y sean dueños
de su confianza absoluta y cariño. ¿Pero cuantos padres se puede tener?
Idealmente una madre y un padre solamente, aunque hay casos que por algún incidente el encargado de la
crianza del menor es una persona distinta a los progenitores y el pequeño le da
esa categoría, que dicho sea de paso, es la más honrosa que le puede otorgar
una persona joven a otra de mayor edad.
Se dicen algunas otras
frases muy sentimentales que mencionan que a los padres no se les escoge y a
los amigos sí; que los amigos son los hermanos que elegimos; que los amigos son
como música, unos poesía y otros solo ruido, etc. Estos dichos se ajustan a mi
hipótesis: amistades pueden sumarse muchas en nuestro existir, pero papás no.
Entonces yo me pregunto ¿Qué necesidad tienen los padres de ser amigos de los
hijos?
Estoy convencida que
indudablemente los papás deben ser los depositarios primeros de la confianza de
los hijos e incluso me sentiría ofendida si no fuera así con los míos, al final
del día ¿Quién los puede conocer mejor que yo? Creo que tengo el privilegio de
ser la persona que estuvo ahí en su primer todo (bueno casi)… vi sus ojos
abrirse por primera vez; me regalaron su primer sonrisa; conmigo se aventuraron
a pararse pese a los vértigos que los envolvían; fueron animados por mí a
desprenderse de mi mano y dar sus primeros pasos; estuve en su primer día de
clases de todas las etapas escolares; corrieron a mis brazos cuando se
sintieron lastimados por primera vez; yo les explique el cosmos y los astros,
etc… ¿Cómo para qué quiero ser su amiga? ¿Qué amigo suyo ha gozado de éstos privilegios?
Los papás son el modelo
prototípico de la autoridad; una de sus obligaciones gustosas es enseñarles a
los hijos que hay límites y corregirlos cuando materialmente se están pasando y
pueden herirse o lastimar a un tercero. El amor y la responsabilidad que siente
una madre por un hijo es especial y más grande que todo el universo (así o más
cursi yo), es materialmente indescriptible hasta que no se vive la experiencia.
Por supuesto que a los
amigos se les puede querer mucho, pero jamás se compara con el cariño por un
hijo; hay una diferencia básica; yo no siento ningún tipo de responsabilidad
por ninguno de mis amigos por mucho que los quieran, saben que estoy ahí para
lo que se ofrezca, pero si alguno toma malas decisiones con posibles
consecuencias negativas, por supuesto le asistiré en todo lo que pueda, pero al
final del día es su vida y él decide. En cambio si se trata de un hijo, además
de estar, movería cielo mar y tierra para evitar que se diera un tropezón mayor
y en caso de que fuera inevitable, le sobaría día y noche por todos los días y
las noches que fueran necesarios hasta que volviera a estar de pie.
Otro ejemplo de esto,
que seguramente le gustará mucho a mi hija, es que si un amigo me llama y me
dice que accidentalmente lastimó a alguna persona y que ocupa de mi asistencia,
seguramente yo le diré que sí, lo apoyaré y me involucraré hasta donde yo crea
prudente, además de aconsejarle un montón de buenas opciones para hacer lo
correcto y salir lo menos perjudicado del asunto, pero finalmente él decidirá
qué hacer.
¿Pero qué pasaría si
fuera mi hijo? De entrada no le aconsejaría lo más adecuado, lo obligaría a
hacer lo correcto para asegurarme que tuviera la menor consecuencia negativa
posible e invertiría junto con él todos mis esfuerzos para arreglar lo que se
tuviera que arreglar. Creo que por un amigo, jamás me echaría la culpa de algo
que hizo mal, pero por un hijo lo juraría sobre la biblia con tal de que él no
arruinará su vida.
Creo que la diferencia
esencial entre un cariño y otro, es ese sentido de responsabilidad y por lo
tanto de afectación que se siente. Si un mal sujeto fastidia a una de mis
comadres, seguramente pasaré las horas necesarias escuchando a mi amiga y quizá
si encuentro al mal hombre le diga las palabras más ofensivas que se me
ocurran.
¿Pero qué pasaría si se
tratara de mi hija…? ¿Pueden imaginarlo? Me aseguraría por todos los medios que
el villano pagara su osadía y no me importaría irlo a buscar a su casa y
arrastrarlo hasta mi princesa para que dijera lo que sea que tuviera que decir
para que mi pequeña dejara de sufrir…
Seguramente, los papás
que me lean entenderán de qué les hablo y los que no posean la fortuna de estar
criando a un pequeño, espero que algún día tengan la suerte. Mientras les puedo
dar una pista… piensen que tan molestos se sentirían si alguien le hace mal al
miembro más querido de su familia (papá, mamá, hermanos, abuelos, etc.), pues
ahora multiplíquenlo por mil millones… más o menos es lo que una madre siente
cuando alguien osa dañar a sus críos.
Regreso entonces a la
premisa inicial ¿Para qué quiero ser amiga de mis hijos si ya soy su mamá?
Ellos saben que para mí no hay otro lado que no sea el suyo. Por un amigo se
dona un riñón… por un hijo se da la vida sin pensarlo…
Escrito por: Lu Co
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