Tras
mucho caminar, volví a mi casa, siempre es un gusto regresar a lo conocido,
aunque he de confesarles al principio la idea me llenaba de angustia, porque
estoy acostumbrada y cómoda con la soledad, sin embargo, el horizonte también
me parecía atractivo, dejar de adaptarme a los extraños y volver con los míos.
¿Quiénes
son los míos? Ni más ni menos que las dos maravillosas personas que yo
engendré, críe y articulé como personas. Y ustedes se preguntarán, ¿entonces
por qué el temor? En primer lugar porque somos seres altamente independientes,
con carácter, costumbres, rutinas y convicciones hechas, y en mi caso porque me
gusta estar sola y a pesar de tener más que cultivada la tolerancia, siempre el
día a día es difícil, sobre todo si se trata de personas adultas.
Con
mi hija he convivido por periodos más largos de tiempo en etapas posteriores a
su niñez, pero mi hijo verdaderamente me significó todo un reto. Hace muchos
años decidió que era oportuno dejar de vivir bajo mi tutela e irse con su papá,
convenientemente estuvo conmigo los primeros años de su existencia cuando se
adquiere la mayor parte de los conceptos y valores, pero indiscutiblemente en
la estancia con su padre adquirió algunos hábitos y rutinas muy alejados a mi
forma de existir.
Ocasionalmente,
cuando estaba en la ciudad de México tenía la oportunidad de pasar tiempo con
él y hasta regresó a vivir conmigo esporádicamente cuando la situación con su
papá era ríspida, pero definitivamente lo percibía diferente al pequeño que se
había ido de mi lado. Y ahora volvíamos a coincidir en la misma casa. Por
supuesto que yo nunca dejé de monitorear su vida y tenía en mi cabeza toda una
lista de quejas que oportunamente su padre me hacía saber.
Al
principio fue un poco complicado, por momentos pensé que se había convertido en
el hermano menor del señor reguero, en más de una ocasión ha puesto a prueba mi
paciencia y tolerancia y seguramente yo la suya. Aunque pienso que su situación
fue tan complicada como la mía -después de vivir en el país de Nunca Jamás de
pronto regreso al régimen semi militarizado en el cual se crío-.
¿Cuál
fue el resultado? Les puedo compartir algunas de mis experiencias y
conclusiones:
-Antes
que nada puedo decirles que si alguna vez tienen que convivir con alguien de
hábitos encontrados a los suyos, practiquen la tolerancia y recuerden en todo
momento el lazo afectivo que los une. –A
veces no nos ponemos de acuerdo, así que lo mejor es reconocer que nos queremos
y fin de la discusión-.
-Analicen
si de verdad les resulta insoportable alguna costumbre del otro, les pido que
la racionalicen y verán que al final del día cualquier hábito inflexible de
orden raya en lo absurdo. –Mi hijo a
veces tiende la cama y yo a veces la dejo destendida; hicimos una repartición
de “tú los platos y yo las ollas”.
-A
pesar de que es bueno ceder, no lo hagan en todo, porque la imposición de
límites por la que se esforzaron cuando eran pequeños se habrá ido a la basura.
–Mi hijo ya no se va de borracho todos
los días, ahora lo hace sólo los fines de semana, dejó de faltar a la escuela y
ocasionalmente ordena su nido.
-Abran
la posibilidad de modificar un poco el uso apropiado del lenguaje, claro que no
se trata de que todos en su casa hablen con rosarios de groserías, pero sí que
adopten algunas palabras que no le hacen daño a nadie y son hasta divertidas. –Mi hija y yo, hemos aprendido los términos
morro, te aterrizo, te vas a rifar, cámara, LOL, ¿qué pasó?, etc.
-Contemplen
el beneficio del sueño y la posibilidad de participar en un maratón de ésta
disciplina. –Mi hijo continúa durmiendo
como lirón pero ya no inverna, en ocasiones compartimos el mal del puerco.
-Hacer
actividades juntos siempre es lindo, aun cuando estás no parezcan divertidas. –Mi hijo está en un curso intensivo de
cocina, participa de manera entusiasta en la gira de pagos de servicios y yo sé
que cuando está en partida no debo interrumpirlo porque puede perder una vida.
Han
sido tantas las lecciones que he aprendido que ocuparía varias hojas para
describirlas, estos seis meses de vacaciones han resultado verdaderamente
aleccionadores, reafirmamos nuestras coincidencias y solventamos las
diferencias, definitivamente mi chiquitín
especial sigue ahí y continúa siendo uno de mis maestros favoritos en el
arte de vivir.
Si
alguna madre me lee, yo sé que cuando los hijos crecen pueden transformarse en
seres con quienes aparentemente no tenemos nada en común, pero si los observan
fijamente a los ojos, en el interior está el pequeño que las derritió con su
primer mirada.
Escrito por: Lu Co