Aunque mi optimismo ande de vacaciones me dejó la conciencia para que me guíe un poco y no ande por la vida como zombie, y esto no quiere decir que circule por el mundo queriendo sustraer los sesos de alguien, que dicho sea de paso a veces creo que los pobres muertos vivientes se las ven duras para encontrar a alguien que tenga suficiente cerebro para quitarle el hambre, quizá tengan que acudir al mercado de La Viga a ver que se encuentran entre los desperdicios.
¿Qué hacer cuando ni siquiera el aguinaldo nos trae un poco de felicidad? ¿Qué pasa si nos convencemos que vivimos rodeados de personas de escasos escrúpulos, ningún respeto por el prójimo y sí llenos de egoísmo y ambición? No recuerdo con mucha claridad cuando tenía un ánimo paseador y sonriente. Ahora lo único que quiero es llegar a mi casa y meterme debajo de mi cobija protectora a quien le confió mantenerme a salvo del mundo que me rodea.
He escuchado muchas leyendas urbanas de personas que se deprimen… dice la historia que se van secando por dentro, que sus ojos pierden brillo y dejan de querer hacer cosas porque siempre están cansadas, el único lugar en donde se siente seguras es en su casa… en su cama… en un cuarto oscuro acompañadas de sí mismas y sus disertaciones.
Sin embargo, tan sólo pensar en que pasé a ser del grupo de los “deprimidos” me dibuja una sonrisa en los labios…perfectamente podría aprovechar para volverme la señora loca de los gatos que anda en chanclas por la vida, no se tiene que bañar ni peinar y lo que es mejor… no le importa nada ni nadie. Sería oportuno aprovechar mi condición de tristeza para dejar de tender la cama e incumplir con el resto de mis obligaciones. Podría llegar tarde al trabajo y ante el primer señalamiento soltarme a llorar como Magdalena en Semana Santa, quizá hasta me regresarían a mi casa para evitar que algunas otras mujeres poco felices imitaran mi ejemplo.
Definitivamente suena divertido…pero que me parezca así ya es un mal síntoma para alguien que quiere declararse “sintomáticamente infeliz”, además para infortunio de mis planes de decaimiento permanente no vivo con las personas adecuadas. Lejos de preocuparse por mí, seguramente se burlarían hasta hacerme reír, me morderían las orejas y me andarían picando las costillas. Me harán ver lo ridícula que soy, aunque definitivamente mi look en chanclas de hule con calcetines negros es “dinámico y actual” con un toque “deportivo y ochentero”.
Ante este panorama, no me queda otra que darle gracias a dios y a la vida por darme la oportunidad de pasar otro año más, disfrutar cada momento con mis grandes pequeños que me enseñan cada día porque vale la pena respirar y pedirle a Santa Claus que me traiga una Ouija para traer a mi ánimo devuelta de donde quiera que este.
Escrito por: Lu Co
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