Para mis dos incondicionales compañeros de vida…gracias a ustedes he disfrutado de lo que SOMOS
Hace algunos meses que tuve la oportunidad de conocer en una plataforma de socialización a un sujeto de aproximadamente 30, quien después de torear mis intolerancias lingüísticas ha podido sobrevivir al botón de “suprimir”. Uno de esos días en que intercambiábamos información valiosa respecto a qué habíamos comido resultó que él se había zambutido una pollo asado con pepinos y yo, aprovechando que fue quincena, organicé una excursión con mis compañeros de trabajo a un restaurante de pizzas, pasta y mariscos y por supuesto nos dimos un atracón.
Lo que al parecer era un simple e inocente diálogo sirvió para que el gentil caballero sacara de su estómago un resentimiento contra su actual situación económica y sin más me dijo: Claro como yo soy pobre no puedo comer eso. Mi primer reacción fue de risa, pensando que estaba jugando, pero no, hablaba en serio y de manera amargosa.
Por supuesto que le aclaré que no tenía nada que ver, que yo no era rica pero tenía amigos y que hacíamos una “cooperancia” y casi todos los viernes nos dábamos el gusto de alimentar el alma con algo que se nos antojará mucho, sin embargo el hombre insistió en su amargura puntualizando que seguramente yo ganaba mucho dinero y podía comer de manera opulenta.
Para entonces mi paciencia se había agotado y como dice el refrán, “a palabras necias…lo mejor es cerrar la conversación” y apurarse a terminar con los pendientes para estar lista a la hora de la salida. En el camino a mi casa, estuve reflexionando acerca de la pobreza y aunque ciertamente en más de una ocasión, mi solvencia económica se ha visto apretada, particularmente cuando mis hijos eran pequeños y tenían más requerimientos de los que mi sueldo podía solventar.
No obstante nunca me sentí pobre, en realidad en toda mi vida nunca me he sentido así y espero que mis hijos tampoco. El motivo quizá se debe a que tengo muy clara mi lista de necesidades y las ajusto a lo que gano, no ando por la vida envidiando lo que tienen los demás para luego sentirme triste porque yo no disfruto de tales beneficios, simplemente aprovecho lo disponible.
Por ejemplo, cuando mis hijos eran muy pequeños, casi no quedaba dinero después de pagar todo lo que necesitaban, entonces los levantaba muy temprano y nos disponíamos a tener una aventura caminando por las vías del tren o corriendo como “chivas locas” en el parque buscando tesoros (piedras o pedazos de solo dios qué) enterrados por ahí en los montones de arena que dejaban algunos albañiles chambones, y cuando teníamos el corazón muy agitado o nos ganaba la sed, sacaba la botella de agua de colores y nos comprábamos un “chicharrón con pleonasmo” y un helado de una bola chiquita, todo por menos de 20 pesos que había apartado del gasto para darnos pequeños “lujitos”.
Esperábamos los días del cine al 2X1 y nos íbamos a la matiné que tenía función de permanencia voluntaria y podíamos ver 3 películas y como por supuesto no nos alcanzaba para palomitas, mi bolsa era como la Dora la exploradora cargada de chicharrines y agua, que mis hijos disfrutaban sin sentirse pobres o ricos.
Cuando era tiempo de las “primas vacacionales” viajábamos a las paradisiacas costas de Casitas en Veracruz y nos quedábamos en un hotel muy modesto pero con algo parecido a una alberca y al pie de la playa, comíamos casi todos los días atún con galletas y helado de la tienda. Nos divertíamos como “chinos” y mi hijos jamás se preguntaron si nuestros paseos eran de ricos o de pobres ni porque no nos alojábamos en un hotel de 5 estrellas ni comíamos en restaurantes.
Siempre me he sentido muy afortunada por la oportunidad de vivir, no veo la necesidad de envidiar lo que otros pueden comprar. Y el mayor gusto que puede darme el dinero es utilizarlo para asistir a quienes tienen una urgencia y sienten que el mundo se les cierra. No hay nada como la satisfacción de dar y para eso tampoco se necesita ser rico, solo saber compartir.
P.D. Por ahí escuché una frase muy sabia: Cuando ayudes a alguien no debes recordarlo, pero cuando recibas ayuda, nunca debes olvidarlo.
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