Probablemente recuerden unos comerciales que salieron hace más de 10 años en los que un menor descalificaba la conducta de sus progenitores llamándoles “piratas” toda vez que compraban productos que no eran “los originales” sino imitaciones y nos invitaba a los consumidores a adquirir los productos auténticos.
Debo confesar que desde la primera vez que los vi me resultaron molestos, quizá porque yo, al igual que más del 90% de los mexicanos, caía en esa categoría. En mi defensa puedo decir que mi intención no era que las “grandes marcas” dejaran de ganar más, simplemente no me hace sentido pagar 2,000 mil pesos por unos tenis Nike cuando podía adquirir unos tenis Nice por 200 pesos e igual cubrir la necesidad utilitaria que éstos tenían.
Además que entendía que miles de familias mexicanas no contaban con los recursos económicos para llevar a todos sus hijos al cine o comprarles el CD (porque aunque ustedes no lo crean antes se debían adquirir en físico los discos y no había forma “legal” de bajarlos de la red), para muchas era tan simple como decidir entre ver en pantalla grande a su actor favorito con un súper sonido estéreo o comer durante una semana ¿decisión difícil no?
Sin embargo siempre me cuestionaba sobre la preferencia del artista ético ¿poder transmitir sus ideas a mil que pudieran pagar o a 10 mil que estaban ansiosos por saber? Históricamente en todas las culturas del planeta, los héroes siempre son personas más interesadas en el bienestar común que en el propio ¿cierto? Entonces ¿Porqué debían ser castigadas las personas por no contar con los recursos económicos para adquirir “las marcas”, no obstante que trabajaran de sol a foco?
Ciertamente sé que alrededor de la industria de la piratería, que se volvió uno de los negocios “ilícitos” más redituables del país, surgió toda una mafia cuya operación trajo las consecuencias violentas que todos conocemos por su control, sin embargo en mi perspectiva era válido el primer propósito de la comercialización de las imitaciones que era permitir que la mayoría accediera a algunos bienes y servicios cuyo salario no era suficiente para adquirirlo (en caso de que este lo fuera).
Hoy que platicaba con “mi nuevo mejor amigo” me comentaba que casi todos los productos del mercado eran piratas, los vinos por ejemplo y que para él sólo los ejemplares de muy alta calidad eran auténticos, esos cuyo costo por botella rebasa el salario estándar mensual de una persona trabajadora. Al respecto yo le rebatí que al final del día el resto de las mercancías no eran “piratas”, simplemente eran de una categoría diferente.
El ejemplo más claro es el de los productos para niños, seres que en su absoluta inocencia viven desinteresados en las marcas; cuando son víctimas la publicidad que les oferta, por decir, ven en la televisión una súper nave que echa rayos láser y se desplaza por el aire, después de una docena de berrinches que incluyen generalmente pataletas y lloriqueos en los centros comerciales, finalmente sus papás por cansancio distraen algo del presupuesto para que ¡por Dios dejen de llorar!
¿Y qué pasa? Entusiasmados sacan el artefacto volador (el auténtico y original en su súper empaque) que ellos creen es indispensable en su vida, y ¡ZAZ! resulta que el muy chambón no vuela a menos que ellos lo avienten o lo manipulen con la mano y los rayos que debían derretir a cualquier enemigo potencial o en su defecto a un hermano molesto, solo son una mezcla de luz con unos soniditos que francamente no suenan del espacio.
En este escenario hay al menos dos corazones destrozados, en primer lugar el del inocente niño que creyó en la publicidad y vio su expectativa burlada y el del papá o mamá que lamenta profundamente que le haya ganado el amor al sentido común, si es el papá definitivamente no puede explicarse porque no mejor se compró un “Six de Cervezas” y al niño una nave de esas que venden en el mercado y que tampoco vuelan pero costaba el 10% del mero, mero original. Lo único que necesitaba era convencer al menor que el artefacto volador que estaba en un puesto del mercado era tan especial que ni los de la televisión lo conocían y que además requería de su impulso mental para desplazarse por los aires.
O que me dicen de esas muñecas Bárbaras cuyo nombre no se debe a su salvajez, sino al parecido con la única y auténtica reina de las muñecas “Barbie”. Al final del día, sirven para lo mismo, y tienen la ventaja que son “humanizadoras”, a este juguete “de batalla” se les acaba por caer el cabello después de 10 cepilladas y entonces las niñas se dan cuenta de que el fenómeno de la calvicie es real, hasta para su muñeca, quizá si la inocente es obligada a soportar 15 cambios de ropa por hora sus articulaciones acabarán por ceder y en cualquier momento perderán una extremidad, entonces la menor practicará primeros auxilios además del uso de todo tipo de adhesivos y admirará su capacidad casi artesanal para dejar a su amiga “como si tal cosa”. Ya que si la niña no es muy hábil y además medio descuidada tendrá una muñeca con capacidades diferentes y no se asombrara cuando encuentre en la calle a alguien con estas características.
¿Ven? Esta viña del señor da para que existan múltiple categorías de cualquier bien, en mi perspectiva el interés por las marcas tiene que ver con el estatus y la apariencia, no obstante que muchos argumentan sobre la calidad… pero ¿Qué tal si algunos paladares lo único que exigimos es una experiencia que plazca a nuestros sentidos…? NADA MÁS