Debo confesar que no tengo bien claro cómo se siente o qué es el supuesto espíritu navideño que acompaña a las fiestas decembrinas, es más, estoy casi convencida que carezco de él. Dicen por ahí que se trata de festejar el nacimiento del niño Jesús -más bien debiera tratarse de un cumpleaños- y que además se junta con eso de las posadas y con el final de año. Y el sentimiento debe ser materialmente de “amor y paz” (y no es ese PAZ!!! al que muy seguido se refiere mi hija que es una sucia excéntrica).
Los medios de comunicación aprovechan para saturarnos de mensajes de dar, que el amor, los buenos sentimientos, la esperanza y quien sabe que tanto más y todo para que compremos aparatos electrónicos, juguetes, refrescos, ropa, coches y cualquier cantidad de objetos que no necesitamos.
En mi familia, particularmente a mi mamá y mi hermana, se les daba eso de transformar el sentimiento en regalos y adornos navideños, todo en su casa era verde, blanco y rojo… cosa rara, porque a mi más bien me parecía como de las Fiestas Patrias, de no ser porque seguramente los independentistas mexicanos no lucharon contra hombres regordetes de barbas blancas, ni iban montados en renos o tuvieron como aliados a muñecos de nieve y mucho menos utilizaron pinos decorados o bastones de caramelo para combatir contra los españoles.
En fin, supongo que en cada persona este espíritu se manifiesta de diferente manera, pero definitivamente hay un sector que a mí me inspira: Los Niños. No hay nada mejor que esa edad para creer en todo lo que se les dice, y más aún si les conviene, porque estos seres mágicos que inundan la época navideña vienen cargados de regalos para ellos.
Por la influencia de mi familia, mis pequeños hijos eran fieles creyentes de Santa Claus y los Reyes Magos, en la casa de mi mamá si conseguíamos que durmieran a buena hora, a la mitad del sueño y cuando estaban más atontados, podían ver a Santa que les daba juguetes y una ensarta de consejos apenas entendibles porque el disfraz le tocaba al más borracho de la fiesta.
Mis hijos aseguraban con su vida que estos seres mágicos existían y aunque en ocasiones no podían ser tan generosos por aquello de las crisis económicas, siempre recibieron algo, que mis pequeños no cuestionaban, toda vez que en lugar de escribir una carta pidiendo regalos, los convencí que era mejor hacer una confesión reflexiva de su comportamiento durante el año, por lo que una vez analizado, únicamente solicitaban que en caso de que fuera posible les hiciera llegar un regalo, lo que se merecieran después de haber expuesto todos los actos poco éticos que habían cometido durante el año.
Por supuesto que para mí no había nada mejor que leer esas cartas, en las que me enteraba de ¡cada cosa! que seguramente ni un policía judicial podría haber hecho confesar a alguien a base de toques y agua mineral.
Cuando alguien tuvo a bien romper el corazón y las ilusiones de mis hijos, el sentido de la navidad terminó para mí y desde entonces pasa por nuestras vidas como si fuera el 3 de abril o el 26 de febrero. Sin embargo, siempre tengo la fortuna de encontrar a alguien para quien sí es importante. Este año tendremos el gusto de contribuir con niños poco afortunados que han esperado 12 meses para recibir ese algo que saben nunca podrían tener por su nula capacidad adquisitiva.
Siempre es una placer contribuir con las personas menos afortunadas, es un gusto dar (aunque sea en navidad) a quienes no tienen nada, si algunos de ustedes puede hacerlo por favor no lo duden ni tantito, o mejor aún, hagan el esfuerzo de buscar a alguien que en verdad necesite una evidencia para mantener la ilusión, compartan lo que puedan que la vida seguramente se los devolverá.
Quizá justo es ese el ESPÍRITU NAVIDEÑO…
Escrito por: Lu Co
No hay comentarios:
Publicar un comentario