Él vivía sin prisas, era constante en su día a día, elocuente y carismático, querido y respetado por todos a su alrededor, sabía dar los mejores consejos, para él nada era imposible gracias a su implacable persistencia siempre llegaba a su objetivo.
Ella por otro lado, era considerada alocada e impuntual, dejaba que la vida la despeinara sin inmutarse, vivía cada día como si fuera el último, siempre apresurada, llevaba la risa tatuada en el alma, era guapa, no guapa de esas que tienes cerca y suspiras, sino de las que tienes lejos y te falta el aire
Él estaba casado con la paciencia en persona, el mundo los percibía como la pareja perfecta, parecía que habían nacido el uno para el otro, tenían los mismos gustos e intereses, pero esa compatibilidad tan extrema hizo que la perfecta relación cayera en la cómoda monotonía, misma que le abrió paso a un amorío tan intenso y apasionado, que era propio de las grandes novelas.
Ella, siempre acompañada de una sonrisa pícara, tenía amor para regalar, los pretendientes nunca le eran suficientes, mismos que no se debían tanto a su atractivo como a su fama de crear noches inolvidables; se dejaba llevar por los deseos que su cuerpo le dictaba, pero, a pesar de sus increíbles dotes amatorios, a la mañana siguiente de un encuentro siempre despertaba sola. Sin embargo eso nunca la asustó, fingía indiferencia ante el mundo y guardaba en secreto sus ilusiones de vivir un romance digno de contar.
Se conocieron por casualidad, él quería alejarse del aburrimiento de su vida diaria, ella, solo estaba de paso intentando esconderse de su fama que la perseguía como bruja en Salem, desechó a un par de interesados. Él estaba apunto de marcharse cuando de pronto la miró, por primera vez en mucho tiempo volvió a sentir esa extraña vibración en su interior, se acercó sin pensarlo y saludó con la ilusión de no ser rechazado.
Ella, arrebatada como siempre supo que debía ser suyo apenas lo escuchó, conversaron por un rato, y entre trago y trago de cerveza, el anhelo y el deseo de ambos por pasar la noche juntos se volvió evidente. Él que siempre había sido prudente, en un arrebato de emociones la besó, sus labios eran cálidos y dulces, los de él estaban llenos esperanza.
Poco a poco se alejaron de las miradas curiosas y se dirigieron a un hotel, que con el paso de los días se convirtió en su santuario para amar, en la puerta se quedaron los miedos, inseguridades e inclusive la prudencia.
Aunque para ella era natural, nunca se había sentido tan nerviosa como en ese instante, él recorrió su cuerpo sin prisa, disfrutando de cada nueva sensación, oliendo, besando, explorando; ella por primera vez se dejó querer, se entregó a la magia del momento.
Ambos se acoplaron de inmediato, como si fueran una pieza de rompecabezas que finalmente supo donde encajaba, ella lo amo nunca había amado, no sólo lo complació fisicamente, también espiritualmente, lo escuchó y abrazó, le dio sentido a su vida. Él curo con besos las heridas que ella jamás había admitido.
Él jamás dejaría a su esposa, porque se consideraba un hombre de palabra que debía cumplir sus compromisos, ella estaba consciente de la situación, por primera vez había comprendido el sentido de la puntualidad al saber que había llegado tarde a su vida. Ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar al otro, a esa pasión y cariño que los unía a pesar del los años de distancia entre ambos.
Cada noche se veían a escondidas, teniendo a la luna como única complice de su encuentro, se querían sin motivos ni razones, sin dudas ni condiciones, sin fecha de caducidad, sin miedo.
Ella aprendió a amar despacio, él a amar de verdad, ambos gozando cada noche de su compañía, de las miradas, caricias sin medida y respiros entrecortados …
¿Sus nombres? Él era conocido como Tiempo, y a ella sus amigos la llamaban Locura.
Escrito por: Sue FC ❤
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